Parafraseando a Benjamín Stora, Taufik Bouechrine recordaba ayer que Marruecos siempre ha sido un problema argelino, pero se está convirtiendo en su más grave complejo.
¿Qué le vamos a hacer si cuanto más tendemos nuestra mano para saludar más largas encontramos sus unas? No obstante, personalmente encuentro que es altamente filosófica y muy sana la actitud de los responsables marroquíes que nunca se desmoralizan a pesar de las incesantes chiquilladas de sus homólogos argelinos. Algún día, como decíamos esta mañana, optarán por el sentido común.
Pero es que los argelinos no son los únicos: en España, Marruecos siempre fue un tema de política interior. Ellos (los españoles) también acabaran por optar por el sentido común.
¿Entre la espada y la pared? No.
¿Fatalidad o fatalismo? Ninguno.
Lo recordamos más de una vez: el difunto rey Hassan II solía decir que los países pueden elegir muchas cosas: su régimen, su modelo de desarrollo, su política exterior… todo…. Todo, precisaba el difunto monarca, menos sus vecinos.
Ellos (nuestros vecinos a los que se ha unido Mauritania) pueden decir lo que quieran. Nosotros nos acostumbramos… nos acomodamos… nos adaptamos y… punto.
El éxito en esta filosofía de poder es que Marruecos es impermeable a la decepción o a la desmoralización y allí està su trayectoria que se erige como testigo ocular de su constante disponibilidad a zanjar sus divergencias con todo el mundo, especialmente con sus vecinos a través del dialogo y la concertación.
Hablando se comprende la gente… ¿Que no quieren hablar? Que no hablen. Desde lustros hemos dado la prueba de que el que no desea hablar es el que pierde siempre.